Mover cosas sin tocarlas. No lo creía, hasta
que lo hice. Con esa experiencia temprana, no tuve criterios para no
sorprenderme con cualquier cosa que me propusieran. Pude creer eso, porque lo
hice: mi tío, un pinochetista acérrimo, un nazi blando y un místico escéptico,
me contaba de sus experiencias de desdoblamiento, de su escape de la matanza
del seguro obrero, de la masonería, de los casos de alienígenas durante la
dictadura, de Kafka. “Tú puedes mover este lápiz sin tocarlo”, me dijo un
domingo mientras revisaba si se había ganado el Loto. Esa tarde, junto con un
billete, me dejó un pedazo de papel metálico que debía poner sobre una aguja
clavada en una goma. “Hazla girar”. Lo intenté durante toda la semana, para
mostrarle el domingo mi hazaña. Mientras practicaba, me imaginaba energía que
salía de mis flacos brazos, que tocaba el papel y que lo movía. Me lo
imaginaba, pero eso no pasaba ante mis ojos. Pasé horas concentrado mirando ese
pedazo de papel, hasta que se movió y empezó a girar de manera continua. Mi gozo
fue inmenso. Lo esperé el domingo, con mi hazaña escrita (cada domingo, debía
tenerle escrito un “libro”). “Lo movió el viento. Sabrás que lo moviste tú
cuando esté girando para un lado y decidas que vaya para el otro”. Mi tristeza
por no hacerlo bien, derivó en desafío: dediqué el doble de esfuerzo para
asegurarme que el movimiento fuera producido por mí, no por otro factor. Me encerré,
tapé todas las posibles corrientes de aire de mi pieza, mientras lo hacía
guardaba la respiración. Lo logré: mientras giraba la rueda de papel hacia la
derecha, le di la orden que lo hiciera hacia la izquierda, y sin explicación
cambió de dirección. O sea: la explicación era mi deseo. Lo logré y se lo
relaté a mi tío. Me dijo que le pusiera un vaso encima, para estar seguro que
no fue el viento. No sé si él sabía lo que pasaría, pero ahora me doy cuenta
que fue lo que debía ocurrir: el vaso se rompió.
Nunca más volví a intentarlo, por el cansancio que
me producía el ejercicio. Pero recuerdo esas horas mirando un pedazo de papel y
creo que algo de esas destrezas quedan. Durante una feria de libros usados,
paseaba por los mesones: un libro de mi tío. Intenté moverlo, sin tocarlo,
riéndome un poco de la telekinesis: “Este tipo sobrevivió a la matanza del
seguro obrero”, me dijo la chica que atendía, mientras levantaba el libro. “Hago
mi tesis sobre él”. Me reí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario