lunes, 24 de noviembre de 2014

Desdémona, segundo demonio.


En la oscuridad, produjo un efecto de luz. La estrella tatuada en su mano cayó suavemente, con elegancia nocturna. Mientras tanto, yo intentaba recorrer presuroso todas las salas, dado mi retraso evidente. Ya todos portaban una copa y habían rondado al menos una vez las salas. Cada habitación estaba levemente iluminada, notándose aún lo blanco de los muros, pero sin poder distinguirse el color del techo.
            Una mujer sentada al borde de su cama intentando ponerse una media. Su cuerpo semidesnudo y la posición de su espalda respecto de la horizontalidad de la cama, podrían hacer dudar de si acaso se ponía o se sacaba la pantimedia. El montón de ropa acumulada en el piso daban la pista de estarse sacando la media, pues de lo contrario esa ropa no estaría o estaría encima de la cama, pensé. Un bosque bañado por la oscuridad del sol escondiéndose. Aunque, nuevamente, la cantidad de luz podría hacer parecer que es el sol recién apareciendo, por lo que la escena representaría una mañana y no un atardecer. Una estrella solitaria allá en el cielo serviría de argumento a favor de la noche. Una pareja sentada sobre un auto mirando desde un risco la inmensa luna. “No están mirando la luna”, interrumpió mi visionado, “están mirando las estrellas”. Era ella, Desdémona, apuntando con su mano tatuada el cuadro. La estrella en su mano era perfecto reflejo de la noche que miraban los amantes. Mi mirada siguió su dedo por un instante, para enseguida recorrer la ruta hasta su rostro. Me ofreció una copa.
            Bebíamos una tercera copa de espumante en la terraza del edifico, mientras adentro los aficionados seguían paseando sus copas frente a las ambiguas imágenes. Desdémona fumaba en silencio y miraba las estrellas, mientras yo no podía dejar de mirar el astro en su mano. “Es la misma”, me dijo, nuevamente apuntando al cielo con su mano tatuada. El humo cubría su rostro, cubría sus ojos. Su fina mano se movía como si estuviese bajo el agua, sin movimientos inesperados, pacífica. Podía leer hacia donde se dirigiría su mano en los próximos segundos. Parecía como si mezclara el cielo cuando lo apuntaba. “Puedo hacer caer cualquier estrella”, sonreía. Dejaba caer su mano desde la altura, simulando una estrella fugaz. Sonreía. Era un juego para ella, un acto masturbatorio para mí. Subía su mano, la miraba, la empuñaba y la dejaba caer hasta azotarla contra la baranda de la terraza. Cuando chocaba su puño, ella reía. Esa risa detrás del humo solo desaparecía para sorber un poco más de espumante.
            La invité a salir de ahí, pero se negó. “Esta estrella es fugaz”, me dijo riendo, fumando y bebiendo su último trago. Me entregó la copa. Las luces de la sala de exposición ya estaban apagadas y ella caminaba entre los cuadros. Se alejaba, aunque quizá esa era su forma de acercarse. La copa entre mis manos se deslizó hasta convertirse en una constelación de vidrio en el piso. Caminé por sobre el vidrio y me aleje, me acerqué.

1 comentario:

  1. la verdad me ha gustado mucho :D me parecio perfecto solo tenia que terminar con un buen final

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