viernes, 19 de agosto de 2016

El mal.

El proverbio dice: todos los males provienen de la incapacidad que tenemos de estar solos en una habitación. Y es allí donde radica nuestro origen, es un origen doble que se tiñe del color de una solución imposible: el viaje a un lugar lejano es una manera de escapar del mal, o, lo que es igual, una ruta hacia el paraíso.
          El que viaja mira de frente al que escribe. El que escribe no escapa, afronta el mal y hace algo encerrado en una habitación, solo. De manera lúcida, el origen de la literatura se ubica en el amanecer de diversos viajes, ya sea el de Ulises o el de Edipo, o bien el del Quijote, todos fueron producidos dese ese espacio malicioso que es la habitación solitaria.
          Chantal Akerman retrata ese espacio de manera perfecta en La chambre (1972): simplemente, una habitación, la imagen del mal. Y quizá es por eso que una de las primeras impresiones filosóficas de Raúl Ruiz haya sido el pensamiento 139-B de Blaise Pascal: “He descubierto que todos los males del hombre provienen de una sola cosa, es no saber qué hacer en reposo en una habitación”. Porque el cine, incluso en sus versiones más apoteósicas e interestelares, se filma en una habitación cerrada (Herzog queda fuera de esto, como es usual). Porque el cine es otra forma del mal.
          Que lo contrario al viaje sea la escritura, y que el origen de la escritura sea el viaje, nos sitúa en una posición privilegiada frente al mal: no somos más que la expresión contradictoria entre la administración y la fuga de nuestros demonios. No sin razón el demonio del aburrimiento nos aborda durante la tarde, golpeando suavemente nuestra puerta, de modo tal que cuando vamos a recibirlo él ya se ha ido.