Esas madrugadas en las que la oscuridad mira
todas mis luces, me pierdo navegando por YouTube. La luz de la pantalla versus
la oscuridad de mi ventana es la batalla repetitiva por llenar un vacío: ir de
un vídeo uno a un vídeo dos, ir de un nombre a otro: escribir su nombre y
borrarlo. Siempre me ha parecido pintoresco el hecho de cómo llego a YouTube:
llego una vez que agoté nombre por todas las demás redes sociales, por lo que
YouTube se convierte en otro campo de rastreo más; o bien, llego desde una
letra de karaoke. “Karaoke” en japonés significa “no hay banda”, como en Mulholland Drive de David Lynch. Uno
canta y no hay banda, sólo hay voz, una voz que roba la voz de otra canción.
Una canción muda que hace ruido con grito ajeno. De vez en cuando, sigo la
letra del karaoke. Lo que más hago es apretar la garganta al son de los ritmos.
A veces pienso lo difícil que sería esta canción en el karaoke, otras veces lo
divertido que saldría. Según el ánimo derivo en las canciones originales o ligo
con un enlace sugerido: escena de películas relacionadas, el viral del mes,
presentaciones en vivo. A veces la asociación se desata y sucede que veo cosas
raras: toda una sección de partos, que me hacen pensar en la utilidad de la
representación visual de una vagina: es permitida cuando sostiene un régimen
específico de producción como es el parto, es prohibida cuando es el objeto de
placer sexual. Intento llegar a vídeos que no superen los 6 minutos, para haber
visto más de seis vídeos después de la primera hora de visionado. Pienso, en
ella, por ejemplo.
Escribo su nombre en el
buscador. Aparece un vídeo visto: ella en todo su esplendor, en su mejor
versión, haciendo lo mismo de siempre, lo que ya no veo. Pienso que era yo el
que llevaba esa cámara, o que puedo llegar a ser. Veo vídeos de ella, saltando
y besando a la cámara. Luego de eso vuelvo a Instagram o Facebook, según corresponda.
Pienso en ella y en cuán enajenados nos tiene la tecnología, el capital, el
patriarcado. Y el amor. Leo: “Nuestra generación no está hecha para los
compromisos”. Pienso en ella aunque no lo haya dicho. También pienso en nuestra
generación: estamos solos, pero no queremos estarlo, me digo. Pienso en
YouTube: los vídeos nos enseñan lo que hacen otros en situaciones difíciles.
Nos recuerda que somos tan humanos como los que salen en la pantalla de luz. Pienso en
ella y voy al vídeo oculto que tengo para pensar en ella, una vez más. Ese
vídeo es mi luz. La luz de una generación no es la esperanza ni la libertad: es
la luz de una pantalla que nos aleja, como soltándonos de las manos de los
demás en la oscuridad.