sábado, 28 de marzo de 2015

La luz de tus ojos.


¿Habrá otro mundo detrás de las estrellas? Un mundo en que las decisiones que tomamos en este hayan tomado otro curso. Uno en que los llantos consuelen la risa, en que no haya un yo sin un tú, en que la piedra nos mire, en que tu mirada signifique algo.
            Al mirar las estrellas pienso en un mundo distinto, detrás. Luego recuerdo la pintura: detrás está el muro, detrás del muro: nada. Pienso en tu mirada: siempre creí que significaba muchas cosas. Cuando me convencí que era vacía, salta y grita algún significado. Cuando me convencí que era vacía, me di cuenta que ese era el saludo. Un mundo en que tu mirada signifique algo sólo puede estar más allá de las estrellas, sin luz: una mirada desde la oscuridad; una mirada que no puedo mirar, sólo sentir en la espalda.

sábado, 21 de marzo de 2015

Abierto el cielo.


Creo en los milagros.
            El neón se escabullía entre la lluvia. Entre los paraguas cautelosos nos escabullíamos en busca de refugio. Las letras en chino nos desorientaban al contrastarlas con la publicidad de Canal St. 麦当 reluciente frente a los nuevos colores de iPhone, el calor del metro, el santuario chino al fondo. Nos escondimos en la plaza donde una pareja de ancianos juagaba al go. Dado que la lluvia no paraba, nos adentramos en el barrio y buscamos comida. Entramos a una luz amarilla. Tenían árbol de pascua. No hablaban inglés, aunque entendieron General Tso’s chiken! Mientras bebíamos el té, una delgada figura sonriente me trae una galleta. La abro, papel: Believe in miracles.
            Creo en los milagros, como creo en el cielo. El cielo debe estar abierto, tal como abiertos debemos estar para el milagro. Un cielo abierto es un cielo lleno de estrellas, uno en que las constelaciones son infinitas. Un cielo vacío, sin luz, es un cielo cerrado. Para que los milagros ocurran hay que mirar las estrellas.

jueves, 19 de marzo de 2015

Mano distante.


Desde un azaroso asiento de la plaza, miraba hacia su venta. Sabía que venía, quizá bajaba presurosa por la escalera; tal vez cerraba su puerta con llave; en una de esas aún decidía si salir con chaqueta de cuero o no.
            Desde su ventana miraba, sin poder distinguir uno de otro, los asientos de la plaza. No me pudo divisar, aunque tampoco yo pude verla.
            Cuando conversábamos a oscuras, pensaba en esas situaciones: nunca saber lo que realmente sucedió en el preciso instante en que me lo preguntaba. Ese era un espacio de silencio tan breve, como inútil. Tan miserable como misterioso. No podía preguntarle. No cambiaría una caricia por una pregunta. Es una duda existencial, como tantas otras. Duda como la de saber si ella también las tenía. Cuando estábamos a oscuras le tomaba la mano, porque más allá de la oscuridad estaba el abismo, esa oscuridad honda e inundada. Le tomaba la mano para saber que no estaba en esa falsa distancia eterna que se produce a oscuras: “si sueltas mi mano, siento que estás a miles de kilómetros de distancia”.
            Desde mi azaroso asiento la veo bajar presurosa por la escalera con su chaqueta. Me sonríe. Le tomo la mano, aunque el sol camina sobre sus pies. La luz del sol no es honda ni está inundada, aunque sí es tan falsa como la distancia entre ambas manos.

lunes, 16 de marzo de 2015

Su mano en la oscuridad.


Esas madrugadas en las que la oscuridad mira todas mis luces, me pierdo navegando por YouTube. La luz de la pantalla versus la oscuridad de mi ventana es la batalla repetitiva por llenar un vacío: ir de un vídeo uno a un vídeo dos, ir de un nombre a otro: escribir su nombre y borrarlo. Siempre me ha parecido pintoresco el hecho de cómo llego a YouTube: llego una vez que agoté nombre por todas las demás redes sociales, por lo que YouTube se convierte en otro campo de rastreo más; o bien, llego desde una letra de karaoke. “Karaoke” en japonés significa “no hay banda”, como en Mulholland Drive de David Lynch. Uno canta y no hay banda, sólo hay voz, una voz que roba la voz de otra canción. Una canción muda que hace ruido con grito ajeno. De vez en cuando, sigo la letra del karaoke. Lo que más hago es apretar la garganta al son de los ritmos. A veces pienso lo difícil que sería esta canción en el karaoke, otras veces lo divertido que saldría. Según el ánimo derivo en las canciones originales o ligo con un enlace sugerido: escena de películas relacionadas, el viral del mes, presentaciones en vivo. A veces la asociación se desata y sucede que veo cosas raras: toda una sección de partos, que me hacen pensar en la utilidad de la representación visual de una vagina: es permitida cuando sostiene un régimen específico de producción como es el parto, es prohibida cuando es el objeto de placer sexual. Intento llegar a vídeos que no superen los 6 minutos, para haber visto más de seis vídeos después de la primera hora de visionado. Pienso, en ella, por ejemplo.
Escribo su nombre en el buscador. Aparece un vídeo visto: ella en todo su esplendor, en su mejor versión, haciendo lo mismo de siempre, lo que ya no veo. Pienso que era yo el que llevaba esa cámara, o que puedo llegar a ser. Veo vídeos de ella, saltando y besando a la cámara. Luego de eso vuelvo a Instagram o Facebook, según corresponda. Pienso en ella y en cuán enajenados nos tiene la tecnología, el capital, el patriarcado. Y el amor. Leo: “Nuestra generación no está hecha para los compromisos”. Pienso en ella aunque no lo haya dicho. También pienso en nuestra generación: estamos solos, pero no queremos estarlo, me digo. Pienso en YouTube: los vídeos nos enseñan lo que hacen otros en situaciones difíciles. Nos recuerda que somos tan humanos como los que salen en la pantalla de luz. Pienso en ella y voy al vídeo oculto que tengo para pensar en ella, una vez más. Ese vídeo es mi luz. La luz de una generación no es la esperanza ni la libertad: es la luz de una pantalla que nos aleja, como soltándonos de las manos de los demás en la oscuridad.

viernes, 13 de marzo de 2015

Vidente ciego.


Tiresias, el vidente ciego, fue condenado en los infiernos a caminar errante con el rostro volteado a su espalda. La adivinación era una facultad exclusiva de los dioses, que la poseyera un mortal era una herejía.
            A veces intento adivinar qué será del futuro. Hay cuestiones que aparecen con cierta evidencia: ella reaparecerá, esto no durará, aquello terminará pronto. Para más especificaciones recurro al naipe español: viene montando el caballo galopante, pero con una blanda espada entre sus manos. Pocas copas. Para redondear, comparo con el pasado y obtengo así una fórmula amateur para saber qué será de mí. No hay fallas, aunque la precisión siempre es algo abierto: que ella reaparezca, es algo que sólo puede ocurrir tras el milagroso aparecimiento que significó una noche; que esto no dure es señal del tedio producido por la ansiedad del retorno; que eso termine pronto, es la voluntad de acercar un final ya resuelto. Cuando veo todas esas cuestiones que parecen más o menos obvias en el futuro, caigo en cuenta que ya las tengo decididas hace rato.
            El vidente era ciego, porque no es necesario ver el futuro para saber cómo es que viene.

lunes, 2 de marzo de 2015

Estrella silenciosa.


Una estrella puede iluminar, pero si no es parte de una constelación su luz es tan débil como un susurro en la oscuridad. Un grito en la oscuridad puede ser fuerte, pero si nadie contesta tampoco despertará al más asustado de los animales.
            Sólo tenemos oscuridad y silencio, mas no por eso soledad: los gritos en la oscuridad se responden, la llama que ilumina se aviva. La oscuridad del sol permite el brillo de las estrellas, el silencio de los ruidos filtra nuestros susurros.