lunes, 6 de julio de 2015

Mitema: imaginación.


El príncipe de la luz fue encerrado durante nueve años. Recordaba las historias de sus antepasados y cómo su abuela, nieta de la princesa de la luz, le contaba del escape de la reina y de la metamorfosis de la princesa. El príncipe se imaginó convertido en cucaracha, se imaginó convertido en castillo. El príncipe imaginaba cada noche en qué podía convertirse: en león, para ahuyentar de un grito a los guardianes; en cuervo, para escapar volando por sobre el bosque; en viento, para azotar como un huracán las tropas que lo retenían. Una noche escuchó el rugido de un león, un cuervo se posó en su ventanilla y un fuerte viento desesperó a los guardianes. Nada más que eso, pensó que fue su imaginación. Eso: fue su imaginación. Siguió imaginando: vientos de fuego que azotaran a los enemigos, ejércitos de hombres de agua que lo vinieran a rescatar, ballenas voladoras que se tragaran los edificios completos.

Mitema: traición.


El castillo de la luz era infranqueable, hasta que nació el sexto heredero de la corte. El príncipe de la luz se hacía aconsejar por su hermano, el bastardo “príncipe de las tinieblas” como lo llaman popularmente por haber sido parido en el oscuro bosque al que no daba el sol. El príncipe de las tinieblas era tan sexto heredero como el príncipe de la luz, pero eso no bastaba ante los ojos de la corte. El gran maestre de las tropas enemigas, ofreció reconocer al príncipe de las tinieblas como rey si acaso permitía acceder a las rutas secretas que daban desde las sombras nocturnas al castillo de la luz. De esa manera fue que el príncipe de las tinieblas reinó desde la traición durante nueve años.

Mitema: castillo.


La princesa de la luz era la que debería guiar a su pueblo a la victoria definitiva contra las sombras. Era muy difícil construir un castillo al otro lado del bosque, porque allí no daba el sol y la luz llegaba de manera oblicua. Era necesario construir el castillo allí, porque era un lugar estratégico:si no lo construían ellos, sería el pueblo enemigo quien lo hiciera, apoderándose así del único paso naviero de mercancías para abastecer a las tropas. El brazo de la princesa debería iluminar la construcción del castillo, decían algunos. Otros decían que la verdadera profecía era que la princesa destruiría las montañas que ocultaban el rincón de la luz del sol. Nadie imaginó que en realidad será la princesa la que se convertiría en el castillo.

Mitema: historias.


Los guardias que vigilaban a la reina la escuchaban contar historias a sus compañeras de celda. Las primeras noches la hacían callar, pero pronto los vigías se interesaron en las historias: sombras que descuartizaban reyes, cuervos que incendiaban castillos, árboles que despertaban y corrían destruyendo todo a su paso. Historias que, cada vez más, atemorizaban a los atentos guardias. Tanto se interesaron que esperaban con ansias la nueva historia de cada noche, para intentar reproducirla (de manera mucho menos detallada) frente a sus compañeros al día siguiente. La última historia jamás llegó, pero sí la inventaron: uno de los guardias contó cómo se escapó la reina frente a sus narices disfrazada de cucaracha, una cucaracha a la que le faltaba una pata derecha.

Mitema: estrella.


La princesa llevaba tatuada una estrella en su muñeca izquierda. La estrella representaba la luz que iluminaba el camino del pueblo que marcharía tras ella: la primera de las reinas había perdido su mano derecha cuando fue capturada y los enemigos enviaron la extremidad al rey para probar la veracidad de la amenaza. La reina logró escapar distrayendo a sus guardias. Tuvo que caminar por el frondoso bosque durante tres noches para no ser descubierta en su fuga, valiéndose sólo de su mano izquierda. Su mano era la luz que iluminaba sus noches, abriéndose paso entre los árboles y ramas, entre los animales y riachuelos, entre la luz y la sombra.