lunes, 17 de julio de 2017

Extracto de "Breve colección de historias sobre la tristeza".

Selección, traducción y notas por Nicolás Ried.

[Nota del Traductor: Esta selección corresponde exclusivamente a capítulos contenidos por el libro tercero de "Breve colección de historias sobre la tristeza", conocido como "Libro del amor".]

64. De la actriz extranjera que fue retratada por un pintor durante tres años. La actriz debía interpretar a una mujer triste, pero ella era feliz. La felicidad de la actriz se debía a su dichoso amor. El pintor vio la obra sobre la mujer triste y notó que la actriz no la representaba bien porque ella era feliz. El pintor se acercó a ella y le preguntó por su felicidad, a lo que la actriz contestó con una bella historia de amor. Ambos se hicieron amigos y el pintor le ofreció retratar su felicidad. Cuando el pintor iba a retratar a la mujer en su taller, ella apareció en el umbral de la puerta con la misma tristeza de los árboles en un bosque en llamas. La tristeza de la mujer, que era similar a la del personaje que interpretaba, se debía a la muerte de su amado producto del mortal veneno de un ave infernal. El pintor quería retratar la felicidad de la mujer, pero se conformó con retratar su tristeza. La actriz aceptó el retrato, a pesar de su estado. El pintor chocó con el problema de los colores, pues no hallaba la pintura precisa para retratar las lágrimas de la actriz, por lo que sus sesiones se resumían en conversaciones sobre el amor. Esto fue así durante tres años, con interrupciones debidas a las giras de la compañía de la actriz. Finalizados esos tres años, durante un verano, la actriz no llegó al taller del pintor y él supo que ella había muerto, lo que le permitió terminar el cuadro.

65. Del cuadro que el pintor hizo sobre la actriz. Una rica viuda portuguesa visitó el taller del pintor, una vez que este ya había muerto. La viuda no pudo más que fijar sus ojos en la obra que retrataba la profunda tristeza de la actriz y se puso a llorar. Sus sirvientas, que eran seis, nunca habían visto llorar a su señora e imitándola lloraron. El gestor del taller que dirigía la visita de la viuda miraba esta escena desde lejos: una actriz que actuaba un llanto en un cuadro, una mujer rica que lloraba por ver el llanto de la actriz y seis sirvientas que simulaban un llanto por cariño a su señora. El gestor lloró.

66. Del llanto que el gestor nunca olvidó. La viuda no compró el cuadro de la actriz porque no podría haber soportado mirarlo más de una vez en su vida y el gestor la entendió. Pocos meses después, el gestor se enteraría por los labios de una de las sirvientas que la viuda había muerto, y que antes de morir recordó el cuadro de la actriz y mencionó el nombre de su difunto marido. El gestor recordó a la mujer llorando frente al cuadro de la actriz y pensó en el cuadro que se encontraba en el taller que ya no visitaba. Esa misma tarde fue al taller, que quedaba fuera de la ciudad, y al entrar notó el vacío en el muro: entre los cuadros de plantas que el pintor habituaba a realizar, había un espacio vacío y era el espacio donde estaba el cuadro de la actriz. El cuadro había sido robado, pues la ventana más alta del taller estaba rota y el gestor lo notó. El gestor se dirigió ante el espacio vacío y lloró.

67. Del gestor que se convirtió en pintor por gracia del trabajo. El gestor miró el espacio vacío que dejó el robo del cuadro de la actriz que lloraba y un pájaro infernal se posó sobre sus hombros, produciendo en él una tristeza tan profunda como la que estaba en el cuadro que ya no estaba ahí. Con el tiempo, la tristeza se hacía más grande cada vez que el gestor intentaba recordar cómo era el cuadro: cuál era la posición de la mano derecha de la mujer, cuál era la forma de la lágrima que rodeaba su mejilla izquierda, cuántos pétalos tenía la rosa que adornaba su vestido. Una nube de preguntas oscurecía el cielo del gestor y permitía el aterrizaje de los pájaros en su hombro. El gestor dejó su trabajo y cayó en una profunda tristeza, de la cual sólo pudo salir una vez que decidió hacer una reproducción del cuadro, tal como lo recordaba. Primero, el gestor tuvo que aprender a pintar, pues nunca había estado frente a un lienzo en blanco. Revisó el antiguo libro de pintura que estaba en la biblioteca de los sabios, pero también leyó algunas historias sobre la tristeza.

67.1. De una de las historias que leyó el gestor en la biblioteca de los sabios. Se atribuye a los pájaros infernales la facultad de terminar con una vida, siempre que no haya una razón para que esa vida termine. Cuenta la historia que un pájaro, aburrido de no conocer nada de las vidas con las que acababa, bajó a la tierra y escuchó los llantos de las personas. Muchos de los humanos, se fijó el pájaro, decían llorar por causa del amor y pedían que su vida terminara. Al pájaro no le pareció malo cumplir con el deseo de esas personas y picoteó el corazón de los tristes que sufrían por amor hasta que morían. Así, el pájaro terminó con vidas a lo largo de tres años, a pesar de la prohibición existente sobre terminar con vidas teniendo en consideración una razón. El pájaro conoció muchas historias de amor, de diversos contenidos y características, pero siempre tenían en común un amor que se rompía, una conjunción que se desligaba, dos que eran uno y que volvían a ser dos. Pero una vez el pájaro escuchó a un joven y su llanto era causado por un amor que no podía ser, un amor no correspondido, un uno que no podía dejar de ser dos. Pensó el pájaro que este caso no era igual al de los amores que se terminaban, pues este era un amor que no comenzaba. Por eso el pájaro no picoteó el corazón del joven, sino su estómago.

68. De la pintura que el gestor hizo y de lo que hizo con ella. Tras tres años de estudios y ensayos, el gestor quedó conforme con la reproducción que hizo del cuadro de la actriz que fue robado del taller. Su conformidad no se debía a la similitud con el cuadro original, sino a que el cuadro consiguió dar cuenta de la tristeza tal como él la imaginaba. Más allá de la apreciación del gestor, la pintura guardaba un profundo parecido con aquel que el pintor hizo mirando con sus ojos a la actriz; de hecho, la selección de colores y el uso más liviano de sombras por parte del gestor, hacían que este segundo cuadro retratara de manera más fiel a la actriz. De eso, sin embargo, el gestor jamás se enteraría. Con este orgullo, regaló el cuadro a su mujer, una mujer mayor que él. Ambos podían contar una bella historia de amor, por lo que a la mujer le produjo tristeza cuando se enteró de labios de su amado de la historia de la actriz. Transcurrieron tres meses exactos desde que el gestor colgó el cuadro en su casa para que su mujer muriera de causas inexplicables. El gestor atribuyó al cuadro la muerte de su amor y lo vendió a un precio muy bajo a un extranjero. Al poco tiempo, el gestor ser colgó de un árbol y murió.

69. Del salón que compartieron ambas pinturas. Por azar, el comprador del cuadro que pintó el gestor era quien, hace unos años, había comprado el cuadro robado que hizo el pintor sobre la actriz. Sin conocer la historia verdadera de ninguno de esos cuadros, el comprador los puso uno al lado del otro, porque guardaban cierto parecido entre ellos. El salón que adornaban ambos cuadros fue bautizado por su dueño como el “salón de la alegría”, ya que en un gran baile que ahí se realizó conoció al amor de su vida, una actriz muerta que nunca le correspondió su amor, pero que lamentablemente murió de tristeza por perder a su amante.


[N. del T.: La palabra para “pájaros infernales” se escribe distinto pero se pronuncia igual que la palabra utilizada para “amor”, la cual a su vez comparte raíz etimológica con la palabra utilizada para referir a una pintura.]

viernes, 14 de julio de 2017

El día más frío del año.

Era el día más frío del año. Anunciaron nieve en la plaza Italia y la gente estaba expectante, con cierto grado de miedo porque acá nunca nieva. Yo no tenía frío, porque estaba caminando y me iba a encontrar contigo. La primera vez que nos vimos me dijiste que te gustaba el karaoke y tejer, eso sumado a tus lentes explosivos y tus cejas rebeldes, supe de inmediato que tus besos sabían a revolución. Desde ese día de mayo, no pude dejar de imaginarte en cada conversación con algún desconocido: pensaba en qué dirías aquí o en cómo te hubieras vestido si fuéramos pareja en esta pista de baile. Pensaba en cómo verías sin tus lentes o si era verdad que te gustaba tejer. Pensaba mucho en ti, incluso el día más frío del año.
          Desde ese día de mayo, que fue hace varios mayos, no había dejado de hablar de ti. Sentía que tejí con tu recuerdo un palacio invernal que nadie me creía que existiera. Un palacio fascinante que se derrumbó a penas te vi a lo lejos de nuevo. Sólo quería probar el sabor de tus besos, de confirmar esa revolución y detener el reloj de la historia que nos separaba incluso el día más frío del año. Nos saludamos un poquito y nos reímos de la gente sugestionada: no hacía tanto frío, pero la gente actuaba como si fuera el día más frío del año. Una madre llevaba a su hijo envuelto en tantos abrigos que después nos dimos cuenta que había olvidado al hijo en su casa y caminaba por el parque cargando un montón de parkas, bufandas y guantes que no protegían a nadie de ningún frío. Nos reímos y sentimos un viento en la cara. Nos tocamos las manos y comparamos temperaturas. Nos pasamos el calor, el poco calor que teníamos, compartiéndolo sin ningún fin más que seguir el guión del día más frío del año.

          Pronto nos refugiamos y mirábamos desde la ventana cómo la gente iba caminando cada vez más lento por las calles iluminadas por un sol bajo cero. Veíamos cómo las personas, que parecían muñequitos de plasticina, se iban deteniendo, cada vez más lento, hasta que se congelaron. Nos asustamos. Aunque en verdad yo estaba contento, porque el mundo congelado sería una buena excusa para probar un primer beso con sabor a esa revolución que rompería todos los hielos del mundo. Un cariñito que mostrara la gran mentira del día más frío del mundo.

lunes, 3 de julio de 2017

Foto de chocolate.

Esos lentes gruesos que perdiste una noche estaban cubiertos de chocolate. Tu sonrisa de labios secos que me gustaba lamer también derramaba chocolate. Tu cuello blanco estaba negro y mi chaleco amarillo también. Esa tarde te presté mi chaleco, porque hacía frío, y decidiste mancharlo con todo el chocolate de tu casa. Recuerdo esa tarde, la recuerdo como un espectador feliz. Querías sorprenderme cocinando un brownie y tu hermano chico asomó por la ventana. Siempre sentí que querías sorprenderme, aunque yo no lo necesitara: si me hubiesen sacado una foto en ese momento, yo estaría empapado de ti, como tú del chocolate. En el fondo, no sabías preparar el brownie, así que usaste el chocolate como excusa para arruinar el plan: me autoboicoteo, decías siempre. Pedimos una pizza, recuerdo. Una pizza con choclo que nos gustó más que el hipotético brownie. Llevábamos poco tiempo dándonos besos, y por costumbre lo hacíamos a escondidas. Éramos chicos y nos gustaba creer que esa pequeña historia podríamos escribirla algún día. Una historia pequeña llena de otras historias aún más pequeñas. Un conjunto de breves anécdotas sobre libros, sexo, cine, mentiras, juventud y chocolate.

          Miro que esta foto es tu primera foto de perfil en Facebook, lo cual nunca entendí como una declaración de amor, más bien como parte de tu estrategia de purga. Me produce ternura esa tarde de chocolate, aunque tristeza el hecho que esos labios secos ya no existen. La última vez que nos vimos debí haberte pedido esa sonrisa, pero no lo hice. No lo hice porque en la foto hay una verdad irrepetible, una verdad de chocolate.

lunes, 26 de junio de 2017

Mi gata Antígona, o sobre el comunismo.

A primera vista, es una masa blanca y negra. Una masa llena de ojos, con algunas manchas negras que forman pequeños continentes. De esos continentes, a veces, se descuelga una pata, con pequeñas garras. Algunos colmillos aparecen luego los continentes alternen su color entre blanco y negro. Los ojos azules se turnan con los verde. Un revoltijo silencioso de pelo, con continentes, uñas y dientes. Un revoltijo se separa de otro y dejan de ser esa masa unitaria. Ahora son dos o tres. Cinco. Cinco masas, cada una que aparece diferenciada de la otra, tan diferenciada que nos damos cuenta que ya no hay continentes negros en lo blanco, sino que cada uno era un continente, separado e individual. 
          Era una masa innombrable, sin límites. Casi una herejía que no podía ser bautizada. Ahora, en cambio, aparece la Historia misma en sus límites. Podemos empezar a imaginar rostros en lo que era simplemente una aberración ominosa. Lo indecible se transforma en lo nombrable, se transforma en un conjunto de nombres que la Historia misma dio a luz en más de una ocasión: ahí están Antígona y Electra, como guardianas de la individualidad de esas masas; Apolo observa quito, como una de sus representación; Juana, en honor a la santa de Orléans, se confunde con otra de las herederas del destino. Cinco rostros que aparecen en la forma de cinco animales.
          De esos cinco animales, la única que me devuelve la mirada es Antígona. Desde una pequeña cueva, su mirada trasciende la oscuridad. La cueva amplifica el maullido y anuncia un cierto lazo que cubrirá un saludo. Un saludo y ya es una gata. Saludar a un gato significa ofrecer un lenguaje que, de ser respondido, será común. Será como comer del mismo plato o dormir la misma siesta. La misma mancha, los mismo dientes, las mismas uñas. De manera suave los límites se confunden y una mano ya no es más que una garra. Al revés. No hay manera ya de definir una diferencia.
          Cualquier ruido interrumpe esta relación y el algodón se disuelve en agua. Una especie de espiral confunde el tiempo con la mirada, con un beso. Todo se convierte en un salto suicida interrumpido que se acumula en la Historia y arrumba esos nombres. Todo termina de golpe con la interrupción, que puede ser un pájaro o una sombra. Todo se agota y vuelve a ser mi gata, Antígona.
          La veo dormir y reconozco que somos distintos, que no somos lo mismo, no estamos en lo mismo. Y me entristezco al pensar que en la vida solo podemos vivir de a uno. Me avergüenzo de esa tristeza y me siento en el banquillo de los nostálgicos para decirme en voz alta: “No hay nada que hacer”.

          Lo que verdaderamente me entristece es que, a primera vista, ya no somos una masa: somos una suma de puntos finales.

martes, 7 de febrero de 2017

Tenis.

Un recientemente editado libro con ensayos de David Foster Wallace, El tenis como experiencia religiosa, me ha reconciliado con el deporte blanco. Y “reconciliado” es la palabra con la que DFW consiguió cautivarme. La utiliza de manera vistosa en dos momentos de su segundo ensayo, Federer, en cuerpo y en lo otro, donde sostiene que el tenis representa una “belleza cinética” que nos muestra de manera efectiva la bendición de tener cuerpo ante la la maldición de padecerlo: nos reconcilia con el hecho de tener un cuerpo al mostrarnos la belleza de movimientos dibujados por las deidades del tenis, en específico Roger Federer. La segunda vez que utiliza la reconciliación como objeto de belleza es a propósito de la inspiración que los jóvenes talentos pueden obtener de Federer, quien vence a la brutalidad y la fuerza del tenis moderno con la sutileza y elegancia de una divinidad: esta experiencia es reconciliatoria entre nosotros y el uso de nuestros cuerpos, es el paso del dolor al éxtasis.
          Una reconciliación está precedida por un momento de separación dramática. La figura de esta separación es la del gesto de rotar la cabeza, cerrar los ojos bruscamente y abrazar la cabeza con un brazo para anular definitivamente la vista de lo que tenemos al frente, a la vez que alejamos ese objeto con un brazo extendido. Ese gesto tiene por objeto una imagen atroz, pero que sólo fue atroz de manera repentina, o más bien: siempre lo fue, pero caímos en cuenta de su asquerosidad en el acto, como sería estar comiendo bichos y caer de cuenta mientras el bolo alimenticio baja por la garganta. La reconciliación del cuerpo que sugiere DFW está dada por el hecho de tener un cuerpo y padecer todas sus cargas, como son el dolor, el paso del tiempo o la torpeza, pero contemplar su belleza un instante (en lo que el autor llama “Momentos Federer”).
          Mi reconciliación está dada por el hecho de no haber conocido a mi padre sino hasta que era mayor de edad, pero a la vez haber vivido una infancia en que él estaba presente de manera imaginaria por la vía del tenis. Mis cumpleaños se destacaban por pelotas de tenis y raquetas Dunlop que estrenaba con mi hermano (que no es mi hermano en estricto sensu, sino lo que un angloparlante se daría en llamar “bro”, dado que no tenemos vínculo biológico más que el de primo/tío en quinto grado), jockeys y muñequeras Nike que me hacían sentir un mini Sampras, o afiches de Agassi autografiados. Sin haber visto nunca a mi padre, sabía que él era una autoridad en tenis. Era el director de la revista más importante de tenis en el país, precisamente en el momento en que el tenis fue el deporte que mayor interés suscitaba gracias a Marcelo Ríos. La revista llamaba enormemente mi interés, tanto por los nombres que en ella aparecían (Mark Philippoussis, Serena y Venus Williams, John McEnroe, Pete Sampras, Leyton Hewitt, Martina Hingins, Boris Becker, y otra veintena) y que me producirían un ruido instintivo hasta la fecha, como también por el hecho de que alguien pudiera levantar una revista por sí mismo. Eso motivó a que de niño mi juego favorito fuera el crear libros o revistas, pero también el hecho de saberme cercano al tenis. Lo anterior, se coronaba con que mi hermano -diez años mayor que yo- se volviera un fanático del tenis. Mirar tenis los fines de semana por la mañana e ir a jugar a una cancha pública por las tardes nos hizo matar el sol que quemaba sobre nosotros. Yo jugaba con las raquetas que mi padre encarnaba y me sentía bendecido por un misterioso talento innato.
          Sentía que el tenis era el fruto que el árbol de la genealogía me daba. No conozco si acaso sufro algún déficit producto de la ausencia paterna, pero sí la figura paterna fue reducida a pelotas, raquetas y nombres. Muchas veces confirmé el mito que mi madre me relataba sobre el padre por fuentes indirectas que me relacionaban a él sin que yo dijera mucho sobre el tema. Extrañamente formé amistades con hijos e hijas de amigos suyos que no pudieron sino subrayar el asunto. Y como asunto, no podía sino transformarse en un issue juvenil que estallara en un desprecio por el símbolo del tenis. Y el tenis, junto con desaparecer del mapa nacional, desapareció de mi campe semántico. Desapareció con el gesto previo a la reconciliación que bien podría ser descrito como un trauma, pero más justamente debería ser catalogado como un resentimiento.

          Y es la quirúrgica, microscópica y obsesiva escritura de DFW la que estimula mi mirada reconciliatoria (porque DFW escribe como si tuviera una enfermedad en el cerebro que le impide olvidar detalles). Es DFW el que logra hacer del tenis un deporte, a la vez que un objeto contemplativo. Ya no es ese templo sagrado y elitista que pocos aprecian por sus formalidades ridículas, y tampoco es el recuerdo vergonzoso de sentirme en un Grand Slam que resultaría ser falso, sino que es un bello conjunto de experiencias que pueden ser descritas, con lo cual puedo voltear la cabeza, abrir los ojos y bajar los brazos para mirar de frente en YouTube los mejores puntos que Federer le convirtió a Nadal en cancha de pasto.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Extracto de “Manual para afrontar el cielo y el fracaso”.

Traducción y notas por Nicolás Ried.

I

La expresión japonesa “Nintendo” (任天堂) sintetiza de manera espléndida nuestro objeto de estudio: “Deja tu suerte al cielo”. El cielo, fuente de calor, luz, estrellas y avistamientos poco serios,  es también la fuente de todo fracaso. 

[…]

[Nota del Traductor: El pasaje II no sobrevivió al incendio que afectó a la biblioteca que contenía el único ejemplar de este manual. Por referencias externas al presente, sabemos que este segundo pasaje hacía referencia al calor y cómo se diferenciaba de otros tipos de energía provenientes del cielo, como por ejemplo la luz de los planetas y las estrellas. También contenía una breve referencia a la luz proveniente de los ojos de los muertos.]

III

El calor, en nuestro caso, no es un mal que destruya específicamente tus intenciones desde el cielo: no es el antiguo rayo de Zeus que, forjado por los cíclopes, tenía escrita tus iniciales en su punta y acabaría con tus deseos desde su origen hasta su esplendor. El calor es esa forma de destrucción lenta e imperceptible que, después de un tiempo, provoca que sea olvidada como destrucción y sea recordada como un antiguo monumento a lo triste de nuestros tiempos y que nunca fue de otra manera. 

IV

Y es por eso que ya no tenemos el mismo cielo que el de los amantes que se regalaban constelaciones o el de los líderes que proclamaban que, ante el cielo, éramos todos iguales. Nuestro cielo ya no nos entrega constelaciones sino OVNIs: la constelación, pétrea y sempiterna, permite la guía de los navegantes, de esos que sin tener un rumbo viajan en busca de tierras inexploradas; el OVNI, en cambio, es la prueba del fracaso de la suerte proveniente del cielo, ya que en una mezcla entre contaminación lumínica y falta de imaginación, se nos aparece una luz que vacila de aquí a allá mostrándonos que ya no hay astrología posible. El OVNI viaja de un lugar impensado para decirnos que somos un lugar que no es digno de ser visitado, como si el rayo de Zeus se arrepintiera de destruir nuestro destino. El OVNI es la prueba de que en el cielo no hay suerte, al menos no hay buena-suerte. Porque, claro, que los cíclopes hayan forjado el rayo que destruirá tu vida habla de un tiempo divino que fue utilizado en tu contra, de una declaración de dignidad por parte de los dioses, algo que el OVNI no se da el tiempo. [N. del T.: La expresión “OVNI” es contemporánea, aunque precisa considerando la expresión original del autor.]

V

Con todo, es pertinente la pregunta que se hacía uno de los más grandes pensadores del siglo XI: ¿Qué es una nube? Por cierto, una nube no es lo que algunos han dado en llamar “la antítesis del Sol”, a pesar que hay estudios que dan por cierta esta tesis: muchos niegan que el Sol y las nubes sean opuestos por un error de categoría, ya que la estrella mayor nada tiene que ver con los gaseosos ejemplares, no obstante se ha argumentado que las estrellas no serían más que gases en una densidad tal que no lo parecen. Mas, dejando de lado esa discusión de expertos, aquí nos queda situar a las nubes en la página de aquellos obstáculos de la luz, de aquello que no permite mirar al Sol ni a las estrellas. Y, aunque un obstáculo, la nube es la causa y la señal de toda lluvia […] [N. del T.: Este fragmento perdido se estima que cerraba en pocas palabras el presente apartado.]

VI

Hay un lugar donde podemos estar bajo la lluvia y a la vez no. Todo quien haya estado en un paraje plano del sur de América o del norte de Escandinavia, podrá haber visto desde lejos cómo se forma una densa nube que produce en acto una lluvia robusta. No hace falta tener mucha imaginación para pensar en pararse justo en el límite en que esa lluvia deja de mojar. Ese lugar privilegiado es la coordenada perfecta para entender lo que significa la enajenación presente en los tres grandes estados emocionales por excelencia, a saber: el enamoramiento, el entendimiento y la fe.

VII

Podemos retomar y decir que una nube es una salvación de la creencia en el cielo. Es un milagro que nos impide caer en la mirada los seductores ojos estelares que nos incitan a arrojar nuestra fortuna en sus formas, luces y movimientos. Por cierto y contra todo instinto, hay quienes buscan el origen y destino de sus males en la forma de las nubes. A este arte, bautizado como “nubología” o “nubiología”, nos queda sólo caracterizarlo como una manera más de incomprensión de lo que significa el cielo, algo a lo que nos referiremos en el apartado XXXIX. [N. del T.: Cabe destacar que los apartados posteriores al XI no se han conservado.]

VIII

Hay quien preguntará por si acaso el viento juega algún rol en esta lectura sobre el cielo. Sabido es que las nubes son movidas por el viento, mas las estrellas lo son por la gravedad, con lo cual una pregunta aquí es primordial: ¿Qué es lo que al cielo mueve? Una pregunta anterior, por tanto, sería la de si acaso es la estrella o la nube el protagonista de aquello que hemos dado en llamar “El Cielo”. Para resolver esa interrogante, es preciso estudiar el siguiente caso: un soldado que escapó de la batalla fue a dar a los espesos bosques anteriores a la ribera del Danubio. Obcecado por su alta traición y lo que ello implicaba moral y jurídicamente, miraba al cielo cada noche al prepararse para su descanso y contemplaba cómo las nubes se retiraban para dar paso a las estrellas. La mayor parte del día el soldado miraba los arbustos ricos en setas o esperaba sin parpadear la salida de un conejo de su cueva, por lo que sólo en la noche podía mirar el cielo que le regalaba un claro del bosque y contemplar la retirada de las nubes que daban paso a las estrellas. Tras semanas de supervivencia mediocre, el soldado pudo aparecerse en una ciudad en la que no podrían reconocer su traición, siendo ese lugar donde miró el cielo de día por primera vez en semanas. Ese hecho le produjo una extraña sensación de alegría, que desembocó al proferirle a un peregrino: “Te has fijado, si no fuera por estas nubes podríamos apreciar las estrellas durante el día”.

[…]

[N. del T.: El pasaje IX se ha perdido de manera íntegra, pero por referencias de la época sabemos que en él se daba una interpretación del caso del soldado traidor. Concluye el autor que el movimiento del cielo está dado por un motor superior al viento o la gravedad.]

X

No nos sería posible avanzar sin responder a la famosa crítica que el Prestigioso Letrado del Norte nos haya hecho en más de una ocasión. ¿No será que, en nuestra incomprensión del mundo nipón, entendemos la noción “cielo” como algo, siendo que ella es nada? Esta pregunta podrá revolvernos una y otra vez el cerebro si no la tomamos con la seriedad que amerita. Lo que nos señala El Prestigioso es que podrá ser el caso que nuestro destino esté arrojado a un sinsentido, ya que sobre el cielo no haya un jugador ni de ajedrez ni de otro juego adversarial. Podemos imaginar que sobre el cielo haya cosa alguna, pero esa ausencia de cosas sería precisamente aquello a lo que llamaríamos “El Cielo”. Con todo, las respuestas en este punto son banales, toda vez que el cielo no es causa de nuestro destino, sino su manifestación más clara. Bajo la lectura de El Prestigioso, la frase mandatoria nipona sería leída como “Deja tu suerte a la nada”.

XI


Bien podemos, en esta altura, decir algo sobre cómo enfrentar esa infinita mordedura de la que no nos libraremos sino con la ingenuidad del soldado traidor: el cielo es aquello que todos queremos pensar como inexistente, siendo eso lo que nos hace iguales bajo el mismo y bastardos de sus decisiones.