viernes, 14 de julio de 2017

El día más frío del año.

Era el día más frío del año. Anunciaron nieve en la plaza Italia y la gente estaba expectante, con cierto grado de miedo porque acá nunca nieva. Yo no tenía frío, porque estaba caminando y me iba a encontrar contigo. La primera vez que nos vimos me dijiste que te gustaba el karaoke y tejer, eso sumado a tus lentes explosivos y tus cejas rebeldes, supe de inmediato que tus besos sabían a revolución. Desde ese día de mayo, no pude dejar de imaginarte en cada conversación con algún desconocido: pensaba en qué dirías aquí o en cómo te hubieras vestido si fuéramos pareja en esta pista de baile. Pensaba en cómo verías sin tus lentes o si era verdad que te gustaba tejer. Pensaba mucho en ti, incluso el día más frío del año.
          Desde ese día de mayo, que fue hace varios mayos, no había dejado de hablar de ti. Sentía que tejí con tu recuerdo un palacio invernal que nadie me creía que existiera. Un palacio fascinante que se derrumbó a penas te vi a lo lejos de nuevo. Sólo quería probar el sabor de tus besos, de confirmar esa revolución y detener el reloj de la historia que nos separaba incluso el día más frío del año. Nos saludamos un poquito y nos reímos de la gente sugestionada: no hacía tanto frío, pero la gente actuaba como si fuera el día más frío del año. Una madre llevaba a su hijo envuelto en tantos abrigos que después nos dimos cuenta que había olvidado al hijo en su casa y caminaba por el parque cargando un montón de parkas, bufandas y guantes que no protegían a nadie de ningún frío. Nos reímos y sentimos un viento en la cara. Nos tocamos las manos y comparamos temperaturas. Nos pasamos el calor, el poco calor que teníamos, compartiéndolo sin ningún fin más que seguir el guión del día más frío del año.

          Pronto nos refugiamos y mirábamos desde la ventana cómo la gente iba caminando cada vez más lento por las calles iluminadas por un sol bajo cero. Veíamos cómo las personas, que parecían muñequitos de plasticina, se iban deteniendo, cada vez más lento, hasta que se congelaron. Nos asustamos. Aunque en verdad yo estaba contento, porque el mundo congelado sería una buena excusa para probar un primer beso con sabor a esa revolución que rompería todos los hielos del mundo. Un cariñito que mostrara la gran mentira del día más frío del mundo.

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