lunes, 3 de julio de 2017

Foto de chocolate.

Esos lentes gruesos que perdiste una noche estaban cubiertos de chocolate. Tu sonrisa de labios secos que me gustaba lamer también derramaba chocolate. Tu cuello blanco estaba negro y mi chaleco amarillo también. Esa tarde te presté mi chaleco, porque hacía frío, y decidiste mancharlo con todo el chocolate de tu casa. Recuerdo esa tarde, la recuerdo como un espectador feliz. Querías sorprenderme cocinando un brownie y tu hermano chico asomó por la ventana. Siempre sentí que querías sorprenderme, aunque yo no lo necesitara: si me hubiesen sacado una foto en ese momento, yo estaría empapado de ti, como tú del chocolate. En el fondo, no sabías preparar el brownie, así que usaste el chocolate como excusa para arruinar el plan: me autoboicoteo, decías siempre. Pedimos una pizza, recuerdo. Una pizza con choclo que nos gustó más que el hipotético brownie. Llevábamos poco tiempo dándonos besos, y por costumbre lo hacíamos a escondidas. Éramos chicos y nos gustaba creer que esa pequeña historia podríamos escribirla algún día. Una historia pequeña llena de otras historias aún más pequeñas. Un conjunto de breves anécdotas sobre libros, sexo, cine, mentiras, juventud y chocolate.

          Miro que esta foto es tu primera foto de perfil en Facebook, lo cual nunca entendí como una declaración de amor, más bien como parte de tu estrategia de purga. Me produce ternura esa tarde de chocolate, aunque tristeza el hecho que esos labios secos ya no existen. La última vez que nos vimos debí haberte pedido esa sonrisa, pero no lo hice. No lo hice porque en la foto hay una verdad irrepetible, una verdad de chocolate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario