sábado, 16 de enero de 2016

Poesía.

Ella leía poesía, una forma de escribir que me parece innecesaria. Me leía poesía, por cierto. Es así como finalmente, al visitar las mismas librerías de siempre, había nombres antiguos que me hacían un nuevo sentido. Eso repercutía en un nuevo espectro para robar libros: ya no tenía muchas posibilidades con otro tipo de publicaciones, pero poesía se presentaba como un campo aventajado, debido al pequeño tamaño de sus ejemplares.
          Más allá de poetas y poetizas, hay imágenes, me decía. Las suyas eran las estrellas: tenía un tatuaje de estrella en la muñeca y eso servía de imagen explícita, pornográfica, para representar la caída de una estrella: un brazo cayendo, en ese contexto, equivalía a una estrella cayendo. Esa imagen me parecía sublime, pero ella me lo refutaba: eso no era una imagen.
          De uno de los libros robados, obtuve una rima que me pareció destacable del muladar:
“Cuando miras las estrellas, estrella mía, ojalá fuera yo el cielo,
para mirarte desde arriba con mil ojos”.
          Me dijo que esa imagen no servía, a pesar que cualquiera de ella se enamoraría.
          Nunca más supe de ella, aunque la miro.