Los guardias que vigilaban a la reina la escuchaban contar historias a sus compañeras de celda. Las primeras noches la hacían callar, pero pronto los vigías se interesaron en las historias: sombras que descuartizaban reyes, cuervos que incendiaban castillos, árboles que despertaban y corrían destruyendo todo a su paso. Historias que, cada vez más, atemorizaban a los atentos guardias. Tanto se interesaron que esperaban con ansias la nueva historia de cada noche, para intentar reproducirla (de manera mucho menos detallada) frente a sus compañeros al día siguiente. La última historia jamás llegó, pero sí la inventaron: uno de los guardias contó cómo se escapó la reina frente a sus narices disfrazada de cucaracha, una cucaracha a la que le faltaba una pata derecha.
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