lunes, 3 de noviembre de 2014

La mirada del tiempo.


Me senté arriba, vista parcial. Lo importante era escuchar, aunque la parcialidad de mi vista permitía conformar la imagen perfecta: frente a mí, una hoja de acanto de concreto. Los edificios clásicos de tres pisos que tienen columnas representan, mediante sus capiteles, los tres períodos de la arquitectura griega clásica: la simpleza dórica, la fortaleza jónica y la elegancia corintia. Los primeros capiteles, los del primer piso, son de cortes diagonales simples, como los de un cono; los del segundo nivel tienen el espiral, figura matemática clásica de la perfección; en el tercer nivel, la ornamentación de la naturaleza es el ideal, representado por la hoja de acanto. Esta última era mi vista parcial para escuchar sonidos muertos, casi como ver la luz de una estrella.
            Expertos en historia, arqueología y musicología habían recreado los instrumentos que los griegos habrían utilizado para producir música en su época. Las obras que presentaron fueron las producciones posibles con esos instrumentos, es decir simple imaginación: un pensamiento radicalmente aleatorio. Todo eso pudo ocurrir, o no. Sin información cierta ni testimonios claros, todo era un invento improbable.
            Mirar la hoja de acanto al son de los hipotéticos ritmos antiguos, convertía mi mirada en cine: una mentira que atentaba contra la verdad consensuada de la música y de la imagen. Un atentado contra nuestra lectura del pasado. No eran actores hablando inglés sobre ir en búsqueda de Helena a Troya, sino que una imagen, que me hacía pensar en el pasado, en mirar la hoja de acanto de un tiempo que ya se apagó, pero que retorna en forma de milagro. Eso es el cine: el milagro de la imagen ajena, el milagro de un tiempo distinto del nuestro.

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