Lo
que vemos de las estrellas es su luz. Aunque una estrella esté muerta, el viaje
de su luz tarda tanto en llegar a nuestros ojos, que nos da una imagen
aparente: las estrellas parecen estar vivas, aunque su luz ya no sea propia y
sea solo parte de un largo viaje. Una estrella fugaz es una estrella que cae,
que está muriendo, aunque técnicamente es una estrella que ya murió hace mucho:
una caída que ocurrió hace mucho, pero que vemos hoy. Podríamos pensar que
todas las estrellas están muertas, que ya cayeron, que ya no quedan estrellas
en el cielo: solo luz.
Las constelaciones son de luz y
mirarlas es casi como mirar el pasado. Mirar constelaciones es como leer: leer
es una actividad hacia el pasado, un diálogo con algo dicho en otra época, por
alguien que quizá ya murió, o al menos el que pensaba eso ya no es el mismo.
Mirar las estrellas también es leer
las estrellas: eso es la astrología.
Cuando leo textos que he escrito, se
produce esa extraña sensación de conversar conmigo mismo, pero sin ser yo
mismo. Una especie de máquina del tiempo, que es excitante: cuando leo,
funciono como consejero de mí mismo. Cómo pude haberme atrevido a escribir eso,
a pensar esto otro, a decir tal cosa a tal persona; cómo pude haberme puesto a
escribir: una constante pregunta por la causa de la escritura. Un diálogo
acerca de lo soñado y lo logrado, un diálogo de incertidumbre al fin: ninguno
de los dos sabemos qué será del futuro, que al parecer no existe. Sin saber si
la estrella habrá caído, sin saber si seguirá en el firmamento.
Lo divertido, sin embargo, es
precisamente eso: reencontrarse con los mismos obstáculos y predecir los que
vendrán. Eso es la lectura: un excavar para recrear las circunstancias. Así es
como ahora Pixies volvió a ser banda
sonora: las mismas canciones marcando distintos tiempos, para una estrella
distinta. Pixies es como una
estrella, o más bien como su luz.
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