domingo, 2 de noviembre de 2014

Escribir siempre es volver a escribir, como una estrella que cae y vuelve a caer.


Y vuelve. Escribir siempre vuelve, de formas distintas, pero vuelve. Por ejemplo, la primera vez que volvió en mi vida fue en forma de cartas de amor: la regla es que las cartas de amor se devuelven o se responden. Un fracaso, todas devueltas. La segunda vez fue en forma de ciencia: escribir artículos especializados requiere torturar tus dedos, hacerlos sentir que la sangre fluye por ellos de manera precaria: en cualquier momento puede dejar de fluir, y eso depende de qué tan caliente sea la sangre. Hay que tener sangre fría para escribir la verdad. La tercera vez volvió en forma de libro, el libro que habla con los demás libros. La idea de escribir un libro siempre fue mi sueño y hoy lo veo ahí, en mi vientre escritural, presto a ver la luz. Tres veces, al menos, el volver.
            Pero se vuelve de un lugar. Mi lugar es el blog, el blog es el firmamento del cual caen todas las estrellas. Es el cielo que da a luz las estrellas fugaces, las cuales son pura luz: una estrella fugaz cayendo siempre la imaginamos idealizada, con cinco puntas y una estela colorida. Pero son menos glamourosas que eso y sobre todo, más inesperadas. Una estrella fugaz te apuñala en el pecho y te inmoviliza, sin saber si pedir un deseo o avisar a quien esté al lado. Una estrella fugaz cae, sin avisar. Una estrella fugaz es un milagro, es un momento, es una imagen: es una luz caída del cielo. Eso son los textos: aparecen, milagrosamente, como la luz de una estrella fugaz. Pueden caer donde sea, tanto en las manos de la amada, como en la revista indexada a tono; puede ser en el escaparate de una librería, puede ser en la pantalla negra de cualquier lector.
            Lo importante es tener en cuenta que los textos caen desde el cielo, pero caen a la tierra. Caen en la tierra sin quedarse ahí: vuelven a la constelación y caen, una vez más.

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