Y
vuelve. Escribir siempre vuelve, de formas distintas, pero vuelve. Por ejemplo,
la primera vez que volvió en mi vida fue en forma de cartas de amor: la regla
es que las cartas de amor se devuelven o se responden. Un fracaso, todas
devueltas. La segunda vez fue en forma de ciencia: escribir artículos
especializados requiere torturar tus dedos, hacerlos sentir que la sangre fluye
por ellos de manera precaria: en cualquier momento puede dejar de fluir, y eso
depende de qué tan caliente sea la sangre. Hay que tener sangre fría para
escribir la verdad. La tercera vez volvió en forma de libro, el libro que habla
con los demás libros. La idea de escribir un libro siempre fue mi sueño y hoy
lo veo ahí, en mi vientre escritural, presto a ver la luz. Tres veces, al
menos, el volver.
Pero se vuelve de un lugar. Mi lugar
es el blog, el blog es el firmamento del cual caen todas las estrellas. Es el
cielo que da a luz las estrellas fugaces, las cuales son pura luz: una estrella
fugaz cayendo siempre la imaginamos idealizada, con cinco puntas y una estela
colorida. Pero son menos glamourosas que eso y sobre todo, más inesperadas. Una
estrella fugaz te apuñala en el pecho y te inmoviliza, sin saber si pedir un
deseo o avisar a quien esté al lado. Una estrella fugaz cae, sin avisar. Una
estrella fugaz es un milagro, es un momento, es una imagen: es una luz caída
del cielo. Eso son los textos: aparecen, milagrosamente, como la luz de una
estrella fugaz. Pueden caer donde sea, tanto en las manos de la amada, como en
la revista indexada a tono; puede ser en el escaparate de una librería, puede ser
en la pantalla negra de cualquier lector.
Lo importante es tener en cuenta que
los textos caen desde el cielo, pero caen a la tierra. Caen en la tierra sin
quedarse ahí: vuelven a la constelación y caen, una vez más.
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