La scopaesthesia
es la habilidad de sentir en el cuerpo la mirada ajena. Eso que se representa
como una sensación mística, parece que es algo mucho más material: un
científico a comienzos del siglo XX intentó descifrar este mito y hacerlo algo
serio. Ponía a una persona en el medio de una plaza rodeada por cuatro torres,
y en una torre ponía a un observador. El observado no sabía desde cuál torre lo
miraban, debiendo decir desde cuál sentía una mirada. El experimento fue un
fracaso, no logrando demostrar cosa alguna.
Sin embargo, algo hay
en la mirada. En ese frío que baja a voluntad del ojo ajeno por la espalda. La
fuerza de la mirada es la que intimida: no por nada Dios es representado con un
ojo y la amenaza que nos hace es que “nos mira”. La culpa es el peso de una
mirada en la espalda. La manera de seducir es mirando. Los mentirosos no miran
a los ojos. Los criminales son vendados. Confiamos en alguien “ciegamente”.
Mirar pornografía es inmoral. La posición del misionero es revolucionaria
porque los humanos se pueden mirar durante el sexo. “No tengáis miedo de
mirarlo a Él”.
Sentir una mirada. Eso
sucede. Sentimos miradas y miramos intentando que otro la sienta. Pienso en ese
experimento de llamar con la mirada: mirar intencionalmente la espalda de
alguien para que se voltee. Me ha resultado. Como también pienso en las veces
en que me he dado vuelta y alguien me mira. También pienso en los ciegos:
¿puede mirar un ciego? Pero más me complica el hecho que hay miradas que no son
de ciegos, pero que son miradas ciegas, o miradas no correspondidas.
La mirada de la
seducción, por ejemplo, requiere de correspondencia, pero no solo
correspondencia. La mirada de la seducción es la mirada de la scopaesthesia por excelencia: es la
mirada que uno da en el rostro de otro, a fin de hacerlo sentir esa mirada.
Mirarla a la cara, para que sienta.
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