Mary Hansen, vocalista de la banda marxista
Stereolab, murió atropellada por un camión mientras andaba en bicicleta. Roland
Barthes, ensayista y semiólogo francés, murió atropellado por una furgoneta al
salir de la universidad tras impartir clases. Theo Angelopoulos, cineasta
griego, murió atropellado por una motocicleta de policía mientras filmaba su
última obra.
Hay
quienes mueren atropellados, hay quienes mueren ahorcados: Ian Curtis,
vocalista de la banda Joy Division, se colgó mientras sonaba un disco de Iggy Pop.
Selma, del filme Dancer in the dark
(Lars von Trier, 2000), moriría ahorcada por ser injustamente acusada de robo. Oscar
Wilde, escritor irlandés, en su estadía en la cárcel de Reading, describiría a
un colgado que miraba desde su celda: sus pies patinaban en el aire.
Están
los que mueren crucificados: Espartaco, esclavo insurrecto, fue crucificado
tras ser obligado a dar muerte a su mejor amigo. Jesús de Nazaret, profeta, fue
crucificado, muerto y sepultado. Pedro, apóstol de Jesús, fue crucificado de
cabeza, por no considerarse digno del mismo sacrificio que su maestro.
Juana
de Arco, líder de guerra francesa, murió en la hoguera, tras ser juzgada como
demente y hereje. Hija de perra, performista chilena, murió a causa del VIH
tras intentar curarse con chamanes en lugar de recibir tratamientos médicos
durante un año. Sócrates, filósofo griego, fue obligado a morir con cicuta tras
ser condenado por la corrupción de los jóvenes y la adoración de dioses
extranjeros. Virginia Woolf, escritora inglesa, llenó sus bolsillos con piedras
y se arrojó al río Ouse, tras escribir una carta en que relataba su insoportable
trastorno bipolar. Todos estos, castigos de Dios.
Pier
Paolo Pasolini, cineasta y militante del Partido Comunista Italiano,
murió por causas aún desconocidas.
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