lunes, 8 de febrero de 2016

Excusa o introducción de una carta de amor.

Escribirte una carta, en estas circunstancias, parece tarea inútil. No sólo por el hecho probable que no te llegue, que no la leas, que no quieras leerla. Inútil porque en la demora entre la escritura y la eventual lectura se produce un daño específico: es un daño al mundo, en que la carta ya no ocupa el mismo lugar, ya no produce el efecto que debía haber producido. No obstante, es en ese riesgo, en ese delicado azar que es el mundo, que una carta tiene sentido. Es por ello que las cartas son textos privados, es por ello que no tienen sentido más allá de su destinataria: las cartas de amor son la manifestación misma del amor, en todo su esplendor, porque sólo una vez recibida, abierta y leída, lo escrito cobra sentido. El sentido de una carta de amor hace que su propia escritura y envío haya sido necesario. Una carta de amor es una casualidad que nos obliga a comportarnos con ella como si fuese una necesidad en nuestro mundo, como si toda nuestra biografía dependiera del hecho que esa carta haya sido escrita. Por eso conservamos las cartas, por eso las destruimos o las contestamos. Por eso, también, las devolvemos cerradas. Una carta de amor se responde, y la respuesta puede darse de muchas maneras, pero nunca con el sello abrasador de la indiferencia.
          Por eso, parece ser inútil escribirte, pero no lo es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario