miércoles, 24 de enero de 2018

Extracto de "Discursos de los no vencidos"

Traducción de Nicolás Ried.

El poeta ya lo dijo: la corona laureada no llega cuando nos sirve para seducir a la dama de labios morados, sino cuando es inútil, en la vejez, como si fuese tierra arrojada en el rostro por nuestro propio sepulturero. Y puede que, incluso en ese momento, la Fortuna nos siga siendo esquiva: hay quienes celebran la derrota, para aparentar desinterés; como hay quienes la persiguen de frente, intentando seducirla con determinación.
          Ya lo dijo el canciller: Fortuna sólo guiña el ojo a los preparados. Los virtuosos se preparan toda la vida para un momento que no llegó; los suertudos no saben abrir el cofre que conserva su divinización. Pocos son los que pueden parar el rayo que los sepulta para erigir a un costado de su cripta el monumento más duradero que el bronce.
          Es que hay veces en que, como decía el campeón, dos pasos hacia atrás significan luego tres hacia adelante. Hay veces, claro, en que una derrota no es más que eso. Eso es lo que ustedes, jóvenes, deben evitar: creer que sus derrotas son victorias simbólicas, triunfos secretos o ganadas malinterpretadas. 
          Como escribió el filósofo: a veces, la mejor manera de ganar es dejarse vencer. Pero hay que estar atentos, porque nunca hay que perder de vista lo más evidente: el que se deja ganar, pierde. Celebrar íntimamente una derrota no es sólo engañarse, sino mentirle a la Fortuna.
          Hay vencedores, hay vencidos. Lo importante es entender que unos y otros son simples roles en un gran teatro de moribundos y reyes, de sirvientas y guerreras, de perros y pájaros cantores. Porque hay vencedores, hay vencidos y, al fondo, están los no vencidos. Son esos últimos los que entienden el valor de ser rey, perro y sirvienta a lo largo de una misma noche.

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