martes, 15 de diciembre de 2015

Tu voz.

La escritura es la voz de los cobardes. Una carta de amor, por ejemplo, es la manera privada en que escribimos un libro encantador que tendrá sólo dos ojos encima. Uno puede relatar lo escrito en una carta de amor, pero sólo la leerá quien deba leerla. Alguna vez leí una carta de amor para alguien que no era el destinatario, y el resultado fue nefasto: una expresión de pez en los ojos que me impidieron terminar de leer por la vergüenza de estar malgastando la voz en alguien que, a lo sumo, luego recordará ese momento como uno de esos que se olvidan.
          La voz es aquello que nos permite protestar, hacernos parte de algo común. La declaración vocal, ya no escrita, es la manera en que la verdad es dicha, como el loro gigante que aparece en el cielo final de Felicité. Es por eso que si bien la buena escritura puede cautivar, es la voz la que secuestra. Lo escribo, porque una voz me tiene secuestrado. No es la voz útil del liderazgo que nos motiva a las armas, como tampoco es la voz de mando irresistible que el perro acata cada tarde. Es una voz nocturna, una voz inútil, una voz secreta.
          Es una voz nocturna, porque fue la noche creada principalmente para decir aquello que no se puede decir el día de mañana. Es la noche aquel espacio en que los labios ya no tienen rostro y dejan de hablar para dar paso al murmullo. La suavidad de la noche es la que permite que la verdad tenga como vía la voz y no la letra ni la palabra.
       Voz inútil, voz que no tiene finalidad. Podría entregarle cualquier cuento de Flaubert o Dostoievski, cualquier canción de Blondie o Breton, cualquier poema de Neruda o Thomas. Cualquiera o ninguna, y el resultado sería ese secuestro de sentirme como mirando directamente a la plana oscuridad del horizonte nocturno por la ventana iluminada de un balcón de mármol. Una voz que no vale por lo que dice, sino que por lo que calla, pues la voz del silencio permite la voz de la mirada. Mirarla es, por cierto, una nueva forma de su voz. Inútiles ambas, como la noche.
          Y secreta. Secreta porque el secuestrado soy yo, solo yo y nadie más. Al menos nadie más a la vez, pues me parece imposible el hecho de poder imaginar ser la única posible víctima de tan sublime delito. El secuestro propio es la forma secreta en que esa voz inútil y nocturna hace de sí misma un regalo más grande que cualquier desvío de sus labios. Y la voz es secreta, finalmente, porque luego de aparecer me veo obligado a olvidarla, haciendo así de su disfrute algo por lo que cambiaría toda mi memoria de infancia.
          Es tu voz, ese secreto inútil y nocturno, lo que me hace forzar cada toque de manos, cada choque de piernas y cada mirada coincidente. Es tu voz nuestra intimidad. Es esa voz, la tuya, la que me obliga a mirar cada rincón de mi habitación como un grito desesperado para escribirte, pues el mío es el lenguaje de los cobardes.

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